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De niña no era muy pobre, pero tampoco vivía con las mejores condiciones, en la escuela era muy maltratada por mis compañeros, siempre era el blanco de las burlas, apodos y golpes. Muchísimas veces terminé lastimada e incluso hasta clavaron una lapicera en mi vientre, solo por gracia. Era algo diario y visto por todos los que me rodeaban (maestros, directivos y padres). Por esto, muchas veces tuve pensamientos suicidas, también me autolesionaba buscando una manera de sentir menos dolor….

Pero aún entre todo eso, siempre estuvieron dos ángeles, que siempre me ponían feliz y ni siquiera ese era su trabajo, pero siempre hay estuvieron, ellas eran dos porteras, sus nombres eran Margarita y María; ellas me querían como su hija, en ellas encontré el amor que quizás en mi hogar no había.

No es fácil vencer los demonios internos que generan quienes causan daño, pero muchas veces vienen de personas que también son lastimados por otros, y sé que esto tampoco justifica el mal accionar; pero de eso trata la empatía. Reconozco que no fue fácil superar las heridas emocionales sufridas en la niñez; en esos tiempos no se hablaba del famoso bullying, pero si éramos muchos despreciados, lastimados y no había quien nos ayudará.

Por eso hoy en día, todo eso me sirve para educar a mis hijos de una manera diferente, enseñarles que nuestras buenas acciones pueden transformar y ayudar a sanar algunos corazones rotos. Todos tenemos una triste historia que contar pero siempre depende de nosotros el final que contamos, porque ese lo podemos crear.

Mi consejo ahora que soy adulta, es que es muy importante buscar ayuda, nunca es tarde para pedirla, porque siempre vamos a encontrar una mano que nos sostenga firmemente y nos dé la seguridad para no callar, como lo hicieron mis dos queridas amigas del pasado.

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